Puntos de vista para nadie
¿Qué se puede opinar después de la lectura de unos poemas? Nada. O muchas cosas. Optar por “decir” nada es fácil y mezquino. Hablar de muchas cosas, a propósito de los poemas, también. Es bueno saludar a quien, en estos tiempos, tiene el buen juicio de “perder el tiempo” escribiendo poemas mientras, como dice un clásico griego, la última ciudad se incendia. ¡Qué bueno que haya lugar en el corazón de alguien para las cosas del alma! ¿Qué si son buenas, malas o regulares? Nadie lo sabe. Los adjetivos a veces suelen usarse muy a la ligera y no siempre dan la idea de lo exacto. ¿Con qué termómetro se puede medir la fiebre del amor? Solamente con uno que todavía no se inventa. Ahora, ¿Qué tan importante son estos poemas para su autor?, ¿Realmente necesita el punto de vista de otro “poeta”, de alguien que pueda estar un poco más enterado que él?. Los consejos siempre son inútiles porque existen para que nadie les haga caso, como debe ser.
No puedo recomendar nada, a no ser incitar a Víctor Raúl Ordóñez López a que lea mucha poesía contemporánea, alternada con la poesía clásica, y que después se deje llevar por el camino que elija su expresión: no necesariamente la poesía tiene que ser rimada o medida; tampoco tiene por qué escribirse en un verso libre muy libre, de esos que no tienen ritmo o musicalidad. Otra es la de ejercitarse en el terreno de la poesía con vehemencia y pasión, con entrega. Si a la poesía se le toma como algo secundario en nuestra vida, se aleja, no se entrega –lo contrario de las mujeres-. Es todo.