Creo en la traición y en el olvido;
como el néctar de la flor es sustraído
por la ambiciosa hambre del insecto
que se sacia insensible al momento,
insensible al dolor de ella por su almíbar,
le roba del nectario,
absorbe la esencia de ese zumo azucarado,
al calor del sol y sobre la tierra cocinado.
Satisfecho el apetito, seguidamente al sacrificio;
volará a beberse otra, entregada a su oficio.
Creo, no me son extraños el odio ni la envidia
más bien son colores de esta vida fría
cada vez más grises y más negros
afilados e implacables dardos certeros;
que con honda rabia taladrarán la coyuntura
sin detenerse hasta que algo le supura.
Así, todos somos heridos deambulantes,
sufridas víctimas, verdugos expectantes;
ruines matarifes pendencieros
contendientes al azar y prisioneros.
Creo, sé del sabor de la mentira y los excesos
de vender mi imagen a base de reflejos,
y distinguir en otros lo que no son ellos,
desgajarles la corteza en trozos muy pequeños,
sufrir muchas veces el doloroso desnudo,
de la ilusión rota y el sorbo sañudo.
Sin medida, exploré algunos vedados horizontes
irresponsable, violé las reglas de los hombres,
maduré mi castigo a través de tantas tonterías,
humano fui y he sido, entre tantas tropelías.
Creo, todos ellos, los anteriores mencionados,
dolores, tropiezos y decepciones sufridos,
encontrarán en el diario andar su paliativo,
como regalo y prenda de un nuevo motivo,
que traición y olvido transmutará en ilusiones,
y del odio y la envidia darán nuevas razones,
resarcirá las mentiras y los excesos con sus mieles,
disolviendo las cicatrices de las creencias inflexibles.
Y así, brotará envainada en hojas de purpurino colorido,
lo sabes, quién ahora estos versos le llegan al oído.