Nunca se pagan los pecados del verdadero amor,
sino los del engaño;
los que cultivan esperanzas vacías
sobre terreno yermo.
Quienes maliciosamente sirven agua en las manos,
para que esta se derrame entre los dedos.
Te recuerdo, adorada quimera,
que el querer de entrega es la plenitud,
cierto por transparente.
Pero si volátil y astuta,
calculando tu interés con argucias,
enfrentaste mi amor y ese otro;
enredados tres en las madejas de tus mentiras,
y fuiste inconsciente de los riesgos de ese juego,
o del desconcierto y dolor que provocarías.
Pues insensible pedazo de cielo,
que me encerraste en este infierno;
que el destino te maldiga.